Hey Dearmen S.L., en su compromiso de generar debate sobre
las masculinidades contemporáneas, y reflexionar acerca del papel que tiene el
diseño para articular y promover el cambio social, convoca su Premio anual, de relatos breves.
escritos en castellano. Aquí tenéis los textos ganadores de esta edición Zero

BIG BANG.

Primer Premio Modalidad Presencial.

Nieves Barranco Casado

Queridos hombres:
Os propongo un principio. Porque los principios siempre tienen algo de renovador, una buena
dosis de emoción y sobre todo el increíble poder de cambiar la conversación. Y si os propongo
construir una esencia universal que aplicase a la masculinidad sin connotaciones previas que
abanderen viejos eslóganes, sin categorizar el género por sus debilidades o por sus fortalezas.
Sin ahogarnos en brechas caducas ni batirnos en cruentas batallas. Un principio que dejase de
crear abismos semánticos que definan las diferencias para inmediatamente después construir
frágiles puentes que dinamitaremos a nuestro paso, sin tan siquiera cruzarlos.
Y si hay un nuevo espacio para un nuevo hombre donde poder dejar de ser todo lo demás para
replegarse a uno mismo. Y si convenimos que el hombre antes que masculino es hombre y
mucho antes que hombre es individuo e incluso antes que eso, solo especie humana.
Os propongo pues, un nuevo comienzo. Algo así como un Big Bang primigenio de cuya
explosión saltara un meteorito a la tierra en el que dejásemos escrito que vamos a
desaprender todo lo que sabemos sobre virilidad, varonilidad y masculinidad como genero
absoluto...
Yo comenzaré desde aquí mi relato. Con la convicción de encontrar en esa pulsión algo
parecido a lo que somos cuando no sabíamos lo que éramos. Y es por eso que voy a
desaprender todo lo que sé para poder acercarme al hombre por primera vez. Con esa
limpieza en la mirada... voy a mirarle a la cara.
Apuesto a mi percepción. Y lo primero que sentiré es que reconozco vuestro miedo porque es
el mío. Reconozco vuestra alegría porque es la mía. Reconozco vuestro llanto porque es el
mío. Me reconozco en vuestra absoluta humanidad porque es la mía. Lo que nos iguala es tan
abrumador que intentar definirlo sería una frivolidad.
Y desde este principio de observación, limpio, diáfano y desprovisto de atribuciones, y solo
desde ahí, me atreveré a hacer un juicio de valor sobre vosotros queridos semejantes. Así que
me dispongo desandar el camino y a mirar al individuo en su condición de hombre y a mirar
con ojos nuevos ese rasgo de masculinidad. Entonces se produce la magia y se revela toda la
riqueza, cuando vislumbro que vuestra diferencia es vuestro mejor valor, que somos exóticos
porque somos diferentes y solo lo que nos iguala es lo que paradójicamente nos hace diversos.
Y ahora que hemos establecido las semejanzas y diferencias y ya están escritas en piedra, no
volveremos a mencionarlas en este relato.
El espacio restante es solo para imaginar un proyecto común, donde el nuevo hombre pueda
ser feliz porque la felicidad como la tristeza es un patrimonio genuinamente humano. Porque
necesitamos volver a sentir que nos reconocemos en nuestras miserias y nuestras grandezas.
Porque necesitamos recuperar el amor por ese nuevo hombre en sus múltiples formas. Pero
sobre todo porque al llegar casa, solos, en el silencio de la noche cuando nos quitamos la piel
de cada día en la que hemos sido muchas cosas: frágiles o poderosos, egoístas o generosos,
humildes o vanidosos... Expuestos, vulnerables y a la intemperie de nuestra condición, donde
nada, ni el género, ni la raza, ni el sexo, ni tan siquiera el discurso puede fagocitarnos. Es en
ese preciso instante de soledad desnuda, queridos hombres, cuando somos la mejor versión
de nosotros mismos.
... Y en el ruido de fondo, en el fuego cruzado, incluso en la oscuridad yo os veo, yo os quiero.

NUESTROS PITILLOS MORADOS

Primer Premio modalidad Online.

Josu González Arrieta

Mi masculinidad es un abanico que no se abría del todo hasta hace muy poco tiempo. La parte más
colorida, femenina y gamberra permanecía oculta para la mayoría. Sólo la abría cuando tenía
confianza con alguien, en conciertos y en ambientes seguros. En el entorno laboral o en las comidas
familiares la mantenía cerrada, completamente silenciada. Supongo que a muchos hombres de mi
generación: nací en el año 1995, todavía os pasa.
Ser hombre hoy es aprender a desaprender lo aprendido. Cuestionar lo que nos enseñaron en el
colegio, en los dibujos animados que veíamos y en las conversaciones de ducha que solíamos tener
con nuestros compañeros después de un partido escolar. Ser hombre hoy es hablar con tu verdadera
voz. Sin fingir, ni ir de fuerte. Porque Clint Eastwood no es un tipo duro. Un tipo duro es mi abuelo
que con 92 años le limpia las cacas a mi abuela.
A los 17 fui el primero en llevar pitillos/morados/brillantes al instituto de mi pueblo: Hernani.
Estamos hablando de 2010, por aquella época casi nadie los llevaba, y menos si hablamos de un
entorno infestado de mochilas Altus y ropa de monte como prenda del día a día. Recuerdo que
aquella mañana tuvimos una charla sobre racismo a la que acudieron todos los alumnos del centro y
nos agruparon en círculos de diez. A mí me asignaron portavoz. Cuando me levanté para hablar,
escuché un montón de voces adolescentes y chirriantes que se dirigían hacia mí. Me puse nervioso,
muy rojo. Antes de abrir la boca vi a una multitud señalando mi pantalón. Se estaban descojonando.
Bajé la vista y pensé que quizá mis pitillazos habían sido too much. Me avergoncé. Cuando me di
cuenta de que tenía la cremallera abierta y unos calzoncillos de la marca Big Banana debajo, entendí
que nosotros mismos nos convertimos en nuestros peores censores.
Desde aquel día decidí subir el volumen de las canciones de Bad Gyal y David Bowie y entendí que la
figura ruda, estereotipada y casposa que mi padre enseñaba en público, no tenía nada que ver con la

que mostraba en privado. Solo era una fachada. Dentro de casa era humano, cercano y hasta
sensible. ¿Por qué fuera era un león? Un león como otros leones que hoy vagan desconcertados por
las ciudades y los pueblos de España preguntándose dónde está lo que han perdido. Y lo que han
perdido es lo que a mí me hacía cerrar el abanico, mantenerme alerta y pensar que era raro. Ahora
ellos son los que están desubicados y ocultos en baretos donde todavía pueden decir lo que piensan.
Pero, ¿y nosotros?
¿Los de la generación millenial dónde estamos? ¿Qué hacemos cuando se cierran las puertas?
¿Seguimos repitiendo patrones? ¿Somos corregibles?
Sé que los cambios sociales necesitan mucho tiempo para pasar de ser minorías silenciadas a
convertirse en el siguiente gran estreno de Netflix, y que, en el camino, se perderán y pervertirán
muchas cosas. Eso está claro. Lo que ahora mismo está en mi mano es decirle a mi padre que los
pantalones pitillos/morados/brillantes que acaba de ponerse le quedan perfectos.

MINOXIDIL

Accésit modalidad Online.

Ángeles López Rovira.

Cerró la puerta del baño con pestillo otra vez. Y le vi en línea, conectado a WhatsApp. Se había
afeitado los genitales y siempre que se encerraba me lo imaginaba mandando “fotopollas” sin
un solo pelo a las chicas de veinticinco que ahora perseguía.
Mi barriga de 32 semanas me recordaba que yo no podía hacer lo mismo mientras mi
matrimonio se desmoronaba.
Me observé en el espejo, pelo fuerte, piel luminosa, pechos enormes y en su sitio, menuda
novedad, este último embarazo me sentaba bien.
La noche anterior él había salido hasta las siete de la mañana volviendo a la cama con olor a
ginebra, tabaco agrio y los restos de sudor que uno pilla en sitios como el Snobi.
Le observé, primero de reojo, y después frente a frente, desmayado por el alcohol,
imaginándole en ese tipo de sitios de los que siempre había rehuido, pagando copas a rubias
veinte años más jóvenes que yo.
Me invadió un sentimiento de vergüenza ajena, y de ternura incluso, al pensar que más de una
se habría reído de él después de sacarle un par de copas gratis.
Nunca había llamado la atención por su físico, pero ahora menos aún, por mucho que se
empeñase en hacer alguna rutina de ejercicio por las mañanas y que se dejase el pubis como el
de Ken. Mi Ken buscando su Barbie.
Además, la amenaza de la calvicie genética estaba empezando a materializarse. Le veía
preocupado observando sus entradas y el claro que se adivinaba en su coronilla. Siempre le
había angustiado no parecerse a la rama paterna, donde se moría joven pero con pelo en la
cabeza.
Unos años atrás, cuando a mí me diagnosticaron alopecia y me pusieron el tratamiento de
minoxidil para no seguir perdiendo pelo, habíamos comprobado los maravillosos resultados y
seguíamos teniéndolo en casa.
Debió parecerle buena idea, en su búsqueda de la eterna juventud, comenzar a usarlo unos
meses atrás. Era un espray de uso diario que pulverizaba cada noche después de hacerse la
paja de rigor mientras veía porno (o tinder) encerrado en el baño.
La combinación de entrenamiento de alto nivel, el minoxidil y las botas por encima de los
vaqueros le otorgaban, creía él, una especie de súper poder para intentar ligarse, entre otras, a
la secretaria de su oficina, por la que pretendía dejarme.
Después de escuchar el gritito contenido de su eyaculación, le oí abrir el cajón donde guardaba
el elixir mágico y pulverizarlo sobre su cabeza.
Al poco, salió con cara de extrañeza.
“Creo que el minoxidil te funciona mejor a ti que a mí, llevo ya cuatro meses usándolo a diario
y sigo perdiendo pelo”
“Paciencia, cariño, no se ven los resultados de un día para otro”
Giré la cabeza y sonreí al imaginarle echándose en el cuero cabelludo el alcohol puro con el
que había rellenado cada bote de minoxidil que él compraba.
No debió subestimar nunca el extraño sentido de venganza de una embarazada añosa a punto
de ser abandonada por un calvo.