No tardaron en darse cuenta, el Sol y la Luna, de que su amor era imposible, y es que el amor ardiente del Sol derretiría a la Luna y esta apagaría al Sol. La Luna lloró y lloró y lloró… Las lágrimas derramadas fueron a parar al mar. Estas, rechazadas por ser dulces, se transformaron, ni más ni menos, que en el río Amazonas. O eso cuenta la leyenda.